En algún momento de nuestra historia más cercana, los rectores de los destinos de nuestra nación decidieron que era de necesidad el incorporarnos a ese espacio común creado tras la última guerra cruenta a escala planetaria. En paralelo, los anhelos de tantísimos españoles estaban puestos en lograr en nuestro país tanto la prosperidad económica como la libertad política que gozaban todos esos países norteños, de la que los emigrantes hispanos daban testimonio a su vuelta - temporal o definitiva - de aquellas tierras.
Y, así, para formar parte de aquella incipiente unión - económica, ojo al parche - se hicieron una serie de concesiones para obtener unos beneficios y ayudas varias que permitieran modernizar las estructuras - otra vez, económicas - e impulsar al país por la senda del progreso al modo occidental. Tantas ganas de sentirnos europeos; tanta ilusión por formar parte del grupo de elegidos, del primer mundo, de occidente, aunque de por medio se perdiera algo de soberanía.
Había que superar como fuera esos sentimientos de inferioridad inoculados durante decenios por propios - esos personajes que se sirvieron vilmente de aquéllos para su propio beneficio político - y extraños - todos los foráneos interesados en que tuviéramos la autoestima patria al nivel del betún. Y teníamos la oportunidad, esta vez sí, al alcance de nuestra mano.
Sin embargo, esas esperanzas empezaron a verse un tanto frustradas cuando los apoyos a nuestro país empezaron a escasear frente a situaciones de crisis o afrentas desde el exterior (prohibiciones selectivas de subvenciones a la industria o al campo, capturas de pesqueros, ataques a camioneros con productos agrícolas, y un largo etcétera) e internas (tibieza frente a vulneración de la ley por parte de movimientos secesionistas, falta de empatía ante situaciones económicas límite, y demás miscelánea). Ese ver que las mejoras no han sido tantas como se prometieron, y de ahí surge el escepticismo y la desafección. Esa sensación de que nos desprecian.
La penúltima afrenta es ver cómo unos sujetos - sujetas y sujetes también - reclamados por la justicia española no son entregados de inmediato argumentando todo tipo de disposiciones legales - posiblemente bien fundadas en sus códigos legislativos - pero que soslayan lo evidente: quien reclama reiteradamente a los fugados es un miembro democrático - un aliado, un miembro - de la Unión. ¿Será a causa de la dichosa Leyenda negra, que nos persigue a lo largo de los siglos sin que se pueda dejar atrás?
Sólo hay un camino para empezar a afrontar y corregir todos estos desafueros: sintámonos más españoles, y sintámonos más europeos. Sin complejos. Cada español ha de creer que es tan europeo como el que más, que tiene tanto derecho de formar parte de esa Unión como el que más, que debe exigir que se le atienda y se le respete como el que más, desde su seno. No podrá existir una Unión europea plena sin una tierra que tanto ha aportado en el pasado, y sigue haciéndolo en el presente, por nuestro continente y su futuro.
Y hoy, día de nuestra Fiesta Nacional, esperamos que el proyecto común europeo se afiance, con el respeto mutuo como base. Que se aprecie nuestra aportación de una vez por todas. Y que sea por muchos años.
👏👏👏
ResponderEliminar🙏🙏🙏
EliminarMuy bien dicho!
ResponderEliminar¡Gracias por tu amabilidad!
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