Magullado, con heridas en la cabeza y viejas cicatrices desperdigadas por todo el cuerpo, exhibiendo idéntico nerviosismo a la vez anterior cuando me despedí de él, casi un año antes. Así lo encontramos, por suerte esta vez libre, sin aquella suerte de soga que lo tenía anclado a unos pocos metros cuadrados de terreno y a merced de los elementos. Corriendo a nuestro alrededor, saltando con un vigor que no concordaba con su aspecto. Exultante, nos había reconocido.
Es imposible relatar la impresión creada por la imagen de un animal que reflejaba aún más sufrimiento del que había pasado con anterioridad. Siempre es posible padecer más y hasta soportarlo, parece que nos recordó aquel perrillo el cual, según sus cuidadores, había fallecido supuestamente a causa de algún mal que había contraído. En realidad, tuvo la suerte de escapar de sus grilletes en una situación que es mejor obviar. Y durante meses, ser libre hasta que, de manera incomprensible, decidió acercarse al lugar de sus antiguas ataduras. Tal vez presagió que su final estaba próximo. Tal vez quisiera que lo viéramos por última vez.
Sí, mi amigo me advirtió de cómo lo iba a encontrar, pero no iba a dejar que aquella imagen impidiera a hacer lo que me había llevado hasta aquel campo: ofrecerle durante unos minutos todo el cariño que no le habían mostrado sus dueños, ignorantes de lo que implica tener a su cargo la vida de un animal, más aún si es para laborar, o para disfrutar de su compañía. Recordarle que algunos humanos podían mostrarle algo más de gratitud por el mero hecho de existir, por su simple presencia, por contemplar la alegría en sus ojos al acercarse alguien a él.
Por eso, y al igual que durante semanas en la etapa anterior, había llegado pertrechado de la mejor comida que se pudo adquirir con los magros recursos de los que disponía entonces - algún libro quedó por el camino sin comprar, cuánto me alegro. Nada puede compararse a contemplar la felicidad - sí, era felicidad - de aquel chucho - ni se esforzaron los muy inconscientes en adjudicarle un nombre - ingiriendo aquellos manjares caninos a la velocidad del rayo. O al acariciarle el lomo y quedarse extasiado al caer la tarde...
No mucho más tarde se fue definitivamente para no volver. Había soportado demasiado castigo en su vida, y no pudo resistir un último envite. Ojalá hubiera tenido los medios para haberlo rescatado de aquella infame situación, de haberle regalado más sonrisas, de haber jugado con él hasta que se quedara exhausto, haberme hecho cargo de él. Hoy tan sólo queda un recuerdo de treinta años atrás, en la que la infeliz mirada de aquel bichillo se iluminaba con el afecto y las atenciones de un chaval que aún lo conserva en su corazón.
Nota: Foto escaneda con resolución 600 ppi, editada con Microsoft Fotos y Windows Paint.
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