De repente, reparas en esos libros en la estantería que están tan a la vista como lejos de ser abiertos de nuevo, después de casi cuarenta años. Aunque hoy es un día diferente y te apetece curiosear algunas páginas, esperando encontrar algo que traiga nuevos recuerdos de la adolescencia pasada.
Y, apenas ojeas un par de amarillentas páginas escogidas al azar, encuentras cosas que en su día pasaste por alto. Conectas ideas con experiencias o conocimientos adquiridos a lo largo del tiempo. Es justo en ese instante que te das cuenta el verdadero valor de lo que tuviste, y que ahora tienes de nuevo, entre tus manos. Con tan sólo la lectura de una hoja.
Y repites el mismo proceso con otros libros que están en las estanterías, repitiéndose ese momento de asombro. Obras que estaban semi-escondidas y completamente olvidadas, injustamente despreciadas, que han regresado para agitar la conciencia. Para despertar, para madurar, una vez más.
No puedes refinar los conocimientos de aquellos temas que van quedando atrás por azares de la vida, o porque ahora las prioridades las marca uno mismo - y el tiempo del que dispones. La sensación que queda después de haber ojeado los libros es que podría haber aprendido más en su día, aunque sepas que los recuerdos se deforman con el tiempo.
Quizás lo importante sea tomar conciencia de que todo no se aprende a la primera y, si se quiere o se tiene interés, habremos de revisitar lo que se estudió en el pasado para mirarlo con nuevos ojos, descubrir nuevas perspectivas que transformen la forma de ver el mundo. Que el árbol de la sabiduría continúe su progresión.
En su día se plantó, se abonó y regó cómo y cuándo se pudo, y nos estuvo esperando ahí, paciente, a que le dedicásemos un poco más de atención, de mimos. ¡Disfrutemos ayudando a crecer ese árbol a su ritmo!
Preciosa entrada. No podría estar más de acuerdo. Ojalá permitirme leer más a menudo y hacer crecer mi "árbol" interno. El tiempo lo dirá...
ResponderEliminarHay que encontrar ese tiempo como sea...
Eliminar