Quizás estas líneas lleguen unos meses tarde, pues a principios del presente año se cumplieron doscientos de las desmovilización y posterior disolución de la penúltima gran armada que iba a cruzar el océano Atlántico en demanda de las otras tierras de ultramar que aún formaban parte, nominalmente, de la Monarquía Hispánica. Sucesos ocurridos en paralelo con el levantamiento liberal - culminado con éxito tras varias vicisitudes - comenzado en tierras sureñas donde las tropas destinadas a embarcar se encontraban acantonadas. "¡Viva la Pepa!" otra vez.
Éste fue, pues, el postrer intento de enviar un ejército expedicionario a las Américas para forzarlas a volver al redil, para mayor gloria de su Majestad Fernando VII. Y el esfuerzo no fue menor, considerando la devastación provocada en tierras peninsulares por la llamada Guerra de la Independencia, acabada apenas seis años antes, que dejó tanto a la población como a su economía hechas un desastre. Todo ello en un ambiente propicio a la insurrección - con intentos de sublevación, traiciones varias y dobles juegos - desde que accedió al trono el Rey en 1814 tras fulminar el Régimen Constitucional - impuesto de espaldas a la mayoría de la población en 1812.
Seguro que desde esta atalaya se divisarían algunos de aquellas naves
Y es que, conviene recordar, en los años precedentes se habían enviado expediciones con resultado calamitoso, además de haberse librado una serie de batallas que no fueron precisamente favorables a la causa realista, defensora de la causa de su Rey - Maipú, Boyacá... Por no decir que corsarios de los insurgentes campaban a sus anchas por las costas de la España peninsular sin que se pudiera frenarlos por falta de medios.
Pues sí: a pesar de tener todo en contra se consiguieron reunir en la Tacita de Plata nada menos que cuatro navíos, cuatro fragatas, cuatro bergantines, treinta cañoneras - ¿cómo tendrían pensado estas últimas cruzar el charco? - y cien transportes. Toda aquella flota reunida al mando de un prestigioso - y hoy poco recordado - oficial de la Armada: el Brigadier Francisco Mourelle. Ahí es nada. Y para rematar la lista, otra cifra más: no menos de veinte mil soldados reunidos para el ejército expedicionario - posiblemente más del veinte por ciento de las fuerzas peninsulares. Cuál fuera el estado moral y material de las tropas es otro asunto.
Todo aquel entramado se fue al traste con el éxito de las sublevaciones posteriores al pronunciamiento del Coronel Rafael del Riego. Así que, en el plazo de de tres meses, la armada se disolvió y la última esperanza de apoyar desde la metrópoli a los defensores de la causa del Rey se esfumó. Todo el esfuerzo realizado, en vano aunque, ironías del destino, aquellas arengas de los cabecillas del pronunciamiento de las Cabezas de San Juan que incluían mensajes en contra de la lucha con los hermanos de allende los mares, se convertirían en papel mojado, pues no pasarían muchos meses antes de que parte de aquellos efectivos tuvieran que vérselas con los hermanos de aquende que se alistaron en las partidas realistas que tuvieron en jaque a los defensores del régimen constitucional. La primera guerra civil del disparatado siglo XIX español.
Bonita mini lección de historia. Siempre me he preguntado como alimentaban a semejante cantidad de personas cuando había una guerra, solo con pensar en el numero de veintemil personas me asusta.
ResponderEliminarTambién sería sorprendentemente duro ver las condiciones en las que se encontraban todos.
Bueno, ésto no pretendía ser ninguna lección de nada. Tan sólo recordar un esfuerzo titánico que se hizo para, al final, quedar en casi nada. Parece que hubo una epidemia de fiebre amarilla y de alguna cosilla más entre las tropas, así que imagínate. ¡Saludos!
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