Una batalla crucial estaba a punto de empezar. Quizás podamos dibujar un semblante incrédulo a aquellos oficiales realistas de este lado del Atlántico, ante la perspectiva de enfrentarse a los cabecillas de los sediciosos - o libertadores de la tiranía, según la mirada de cada uno, en el otro lado del océano.
Porque en sus mentes rondaría la idea de que aquéllos que encabezaban la revuelta eran unos privilegiados respecto a sus conciudadanos - al menos de Costa Firme hacia el sur. Y que, para conseguir más poder para ellos mismos, no habían dudado en lanzar a éstos al matadero engatusándolos con sueños y promesas de libertad y prosperidad - que nunca llegan. Cuando no fueron reclutados a la fuerza para la alta misión - como también harían los defensores de la causa del Rey, por cierto.
Y es que, tal día como hoy, hace doscientos años se enfrentaron ambos ejércitos en una sabana del Virreinato de la Nueva Granada, donde la victoria se decantó del lado insurgente en la que, al parecer, la caballería de los republicanos fue el arma decisiva. Victoria que abrió el camino a la separación de aquellos territorios de la Monarquía Hispánica. La ansiada libertad.
Pero no sólo la libertad política consiguieron los alzados. Aquel conflicto también trajo la liberación de los monstruos que acompañan a la confrontación a todo-o-nada entre personas: desconfianza, envidia, separación, resentimiento, odio, venganza, terror y muerte por doquier. Todo ello en unas tierras que habían conocido, en términos generales, una paz, tranquilidad y desarrollo económico sorprendentes en unos tiempos en los que, en muchos territorios del planeta, el estado de las cosas era diametralmente distinto.
Cabe preguntarse si mejoró de forma sustancial la vida de los territorios tras las liberaciones. Si los pueblos de aquellos territorios estarían más unidos, más hermanados entre sí que antes de la ruptura. Si la prosperidad alcanzó a más capas de la población. Si los más poderosos vivieron en un entorno más seguro desde entonces. Que cada cuál se lo pregunte y busque sus propias respuestas, si le apetece jugar a hacerlo.
Realmente, no cuesta nada imaginarse el semblante de aquellos oficiales dos siglos atrás antes de cruzar espadas con sus hermanos de enfrente: en tensión y con cara de bobo.
Cara de bobo.
ResponderEliminarEllos sabrán. Los que sigan teniendo ese pensamiento de superioridad, aunque sea por lavado cerebral, mejor que se queden sentaditos y alejados.
Ojalá fuera sí pero, por desgracia, otros son los que sufren las consecuencias de todo ésto. Una pena.
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