sábado, 26 de septiembre de 2020

Viéndolas volar en la mar


      Para alguien aficionado a las cosas de la mar y que no dispone de embarcación propia, el embarcarse - siquiera sea durante cuarenta minutos escasos y con trayecto preestablecido - supone un motivo de verdadera alegría. Así es natural mantenerse en cubierta, disfrutando de ese pedacito de mar, su brisa, las vistas amplias a la bahía, a la expectativa e lo que pueda ser observado; tan alejado, seguro de lo cotidiano.

      Una circunstancia así se dio hace unos años al volver de Cádiz, rumbo a El Puerto de Santa María, cuando algunas gaviotas nos acompañaron en el viaje de retorno, manteniéndose a una cierta distancia - qué precavidas. Revoloteaban a sus anchas, sin esfuerzo, ingrávidas, a popa del catamarán. No nos acompañaron demasiado tiempo durante la travesía - ¡no estábamos en un pesquero descartando por la borda lo que no puede ser vendido en la lonja! O tal vez se sintieron con fuerzas para cruzar por su cuenta la bahía, sin planear a la estela de la nave.


       Una escena que para un tripulante de un pesquero pudiera resultar rutinaria - tal vez no, quién sabe -  para a un pasajero ocasional se convierte en un espectáculo en plena mar. Tiempo atrás, en una tarde de hace ocho años.

2 comentarios:

  1. Me sorprende que encontraras esta foto de hace... 8 años! Me ha encantado el texto, sentía que leía un pequeño relato. He podido sentir tus emociones mientas leía, supongo que en cierto modo me siento identificada, no con los conocimientos del mar sino tal vez con la pasión, siendo la mía distinta, pero no quita que el sentimiento sea parecido. Para mí la mar es sitio de consuelo y sitio al que temer, como en una frase que me llamó la atención hace años, In fear I trust.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La dualidad presente en todas las cosas... Gracias por estar ahí.

      Eliminar