Tocaba viajar a Cádiz en solitario. Tras recalar en el Mercado de Abastos, llenando la mochila con algunas frutas y verduras de temporada - no era tiempo de atún rojo, fresas de Conil, ni uva moscatel - deambulando sin rumbo fijo hacia la Caleta. El Castillo parecía estar abierto y había que aprovechar el momento. En su extremo norte, la vista no consigue abarcar todo el Atlántico que se abre enfrente de ti, empequeñeciendo a los humanos y sus cuitas. La potente brisa invernal multiplicaba la sensación de libertad que te inundaba, cual si se estuviera al pie del bauprés de un velero bergantín. Un visor, o catalejo, como aquellos teñidos de azul grumoso ubicados cerca del Parque del Genovés tanto tiempo atrás, apenas tenía un objetivo en el que centrarse - tan sólo un posible granelero desafiando la línea del horizonte.
Y, como había sucedido minutos antes, la vista y la mente decidieron seguir perdidas entre los inabarcables azules que se abrían frente a uno.
Nota: Foto tomada con Canon D10 Powershot, editada con Microsoft Fotos y Windows Paint.
Muy poético. Me ha gustado mucho el relato. Parece mentira que hayan pasado 10 año… con suerte algún día yo también seré capaz de entrar en el castillo.
ResponderEliminarEspronceda es el que tuvo el mérito. Por cierto, a ver cuando ocurre la apertura permanente... de una puñ... vez.
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