Primero fue la señora de unos setenta años - mal llevados - quien ungió sus pies al mismo borde de la fuente. Milagro fue que no se cayera de espaldas dado lo inverosímil de la postura mantenida. Esperemos que solo dejara las huellas pedunculares, sin ningún regalito fúngico adicional.
A continuación llegaron dos mozalbetes (¿dónde estarían sus padres?): uno, con una camiseta de cierto club de fútbol de la ciudad del rio Betis; el otro, rubiasco de pelo corto, nervioso como el sólo, pululando de aquí para allá, alternándose con el primero en producir chorros ornamentales que acababan sobre las maderas.
Afortunadamente, a la tercera fue la vencida: otra mujer preguntó al último crío en turnarse si había acabado ya, a lo que este reaccionó abandonando el lugar sin articular palabra alguna. Y, esta vez sí, el agua sirvió para refrescar la garganta de alguien. Ojalá haya sido así desde entonces, con la que (no) ha caído.
Ojalá! Si la fuente hablara estaría blasfemando contra una mayoría de la población, que no respeta sus funciones ni su grandeza.
ResponderEliminar¡Algún día aprenderemos!
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