viernes, 1 de julio de 2022

Crónicas de un pueblo (II) - Okupazión playera

      Parece una obviedad que la gente con perritas (sí, ese grupo escondido detrás de ese bendito eufemismo llamado turismo de calidad) va buscando nuevos territorios que tengan algo distinto que ofrecer, que no estén de moda. Qué haríamos los mortales si no existieran los influencers que divulgan todas estas maravillas. La búsqueda de la autenticidad, lo único. Llegar a donde pocos han llegado y volver a las urbes de partida fardando de los presuntos descubrimientos - "fui el primero en toparme con este paraiso y en hacerlo público". Los que sigan, a chupar rueda. 

      Pues sí: parece ser que todos esos urbanitas no quieren ver lo que pueden encontrar en cualquier otro sitio aunque, en el fondo, quieren encontrarse en esos destinos justo lo que dejaron atrás. O algo que se le parezca. Así, la singularidad de estos lugares acaba diluida en la vulgaridad resultante de copiar lo ajeno y no potenciar lo propio. 

      Parece que hay pueblos que han recogido rápidamente el guante y han decidido adoptar estilos de otros destinos para marcar tendencia. Menos mal que en estas tierras de la Costa Noroeste a alguien se le ha ocurrido otorgar más licencias para establecimientos de restauración okupando las playas - y que nos sigan dando más banderas azules, por favor. Por cierto, curioso que se les llame chiringuitos a esta síntesis de bar de copas y platos de diseño-fusión a lo que antes eran chamizos destartalados que ofrecían productos locales del mar. Otro misterio aún por resolver.

Listas las gaviotas, se mantienen a prudente distancia

      Ya no sólo se trata de establecer un bar-restaurante, sino toda una serie de servicios asociados a la playa (sombrajos, hamacas, etc.) disponibles para todo el que quiera pasar por caja. Establecimientos similares a los Beach Clubs que ofrecen algunos hoteles, aunque sin estar asociados a alojamientos. Curioso ofrecimiento, cuando no se persigue que la gente corriente pueda poner sus sombrillas temprano por la mañana ocupando un espacio del que no disfrutarán hasta que no les venga en gana. Doble rasero, el de Don Dinero.

      Mas allá de todas estas disquisiciones, parece que hemos olvidado que, no hace tantos años, se vendió al pueblo la historia de que las casetas tendrían que desaparecer de las playas, argumentando que se realizaba un uso privado de un bien común. Pues parece que ese presunto reducto de unos lugares disfrutados por todos por igual se está yendo cada día que pasa al garete. 

      Quizás este año no sean más de dos nuevos establecimientos chiringuiteros sobre el máximo de la pre-pandemia. Sin embargo, el aspecto de todos se ha vuelto más fashion, más instagramable. Seguro que son súper-ecológicos, con impacto medioambiental nulo - los ruídos no cuentan -  y están más que integrados en su entorno. La sostenibilidad por encima de todo. Pues que siga la fiesta veraniega - y más allá. 


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